El tejido productivo profesional, tradicionalmente conformado por compañías y/o productoras de artes escénicas, se constituye como el entorno más seguro para el desarrollo de cualquier proceso creativo en el ámbito de las artes escénicas.

Las dos grandes crisis sufridas en los últimos veinte años (2008 y 2020), han sido especialmente duras con el sector escénico profesional. La consecuencia más grave ha sido la fragmentación de los equipos artísticos en multitud de pequeñas unidades de producción (atomización) y el aumento de la precariedad laboral.

Esta situación, generalizada en prácticamente todos los territorios, no ha sido atendida correctamente por las políticas culturales públicas, que han mirado hacia otro lado, evitando el problema hasta cronificarlo. Actualmente, la situación del mercado escénico es de colapso, y la pérdida de tejido empresarial con carácter estable es muy grave.

Si la acción pública no atiende esta deficiencia, con recursos y marcos de colaboración público-privada, la producción escénica estará condicionada por el dictamen del mercado, en parámetros exclusivamente de rentabilidad. Eso implicaría permitir el monopolio de unas pocas empresas, que acumularían mucha cuota de mercado, frente a una gran cantidad de pequeñas unidades de producción que se verían relegadas a un segmento de mercado saturado y hostil en el que cultura y ocio se confunden.

Este es el encuadre del debate, la urgente necesidad de desarrollar proyectos de colaboración público-privada con estructuras productivas estables, con dilatada trayectoria y experiencia acumulada en producción, gestión y distribución. 

Lo planteamos como alternativa plausible que fomentaría toda una generación de proyectos, no necesariamente sometidas a parámetros de rentabilidad financiera, pero sí de claro interés artístico, laboral y social, que favorecería la descentralización de la producción escénica en colaboración y, sin lugar a dudas, de las giras por el Estado.



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